¿Cómo funciona el mercado de la luz?

Empezamos una nueva serie de artículos explicando y criticando algunos de los temas más importantes de actualidad tratando el funcionamiento del mercado de la luz.

Publicado el 13/10/2022

¿Cómo se asigna el precio de la energía eléctrica?

Cada día, Red Eléctrica hace una previsión de la energía que se va a necesitar para el día siguiente. Digamos, por ejemplo, que mañana necesitaremos un total de 550 MWh. Entonces, cada uno de los distintos productores de energía eléctrica ofrece la cantidad de energía que según sus previsiones podrá generar para mañana. Pero no todos lo hacen al mismo precio, cada uno la ofrece al precio suficiente como para cubrir los gastos específicos de su tecnología y obtener un margen de beneficio aceptable. Entonces, para cubrir la demanda de 550, se empezará comprando la energía más barata, y se irán comprando tecnologías progresivamente más caras hasta cubrir toda la demanda. En el gráfico, la línea roja horizontal marca la cantidad de energía necesaria, y las distintas tecnologías se han apilado desde la más barata (abajo) hasta la más cara (arriba). En este caso, para cubrir la demanda es necesario comprar toda la energía nuclear, toda la solar y eólica, toda la producida por gas y una parte de la hidráulica. El precio de la última energía necesaria para cubrir la demanda es el que fijará el precio completo del paquete, de modo que en nuestro ejemplo los 550 MWh se pagarán al precio de la hidráulica, que es la más cara. Este precio se conoce como “precio de equilibrio”, y es importante darse cuenta de que toda la electricidad que esté por encima, quedará sin venderse (como le ha sucedido a la mayoría de la energía hidráulica en nuestro ejemplo).

¿Cómo se fijan los precios de cada tecnología?

En este mercado, cada tecnología oferta un precio que le permita al mismo tiempo cubrir costes y obtener un margen de beneficio “aceptable”. Por ejemplo, una central térmica ofrecerá su energía a un precio que le permita cubrir el gasto del combustible utilizado. Si el precio de equilibrio final es menor y se quedan fuera del paquete no hay ningún problema: se para la producción y se guarda el combustible para producir energía cuando los precios estén más altos, lo suficiente como para que les salga rentable producir: cubrir costes y obtener cierto margen de beneficio.

Otras tecnologías no tienen tanto control sobre la producción. Por ejemplo, los generadores eólicos no ganan nada deteniendo la producción, porque el viento no utilizado no se puede guardar para después, simplemente se pierde. Además, como sus costes variables son tan bajos (no tienen que comprar combustible: el viento es gratis), siempre les renta más producir y vender, por muy bajo que sea el precio de equilibrio, que parar los aerogeneradores. Por eso suelen ofertar su electricidad a un precio de 0€/MWh, para asegurarse de entrar siempre en el paquete.

Otras tecnologías que no pueden controlar cuándo producir y cuándo dejar de producir son: la nuclear (dado que por motivos técnicos un reactor tiene que estar en continuo funcionamiento) y la energía solar fotovoltaica (porque no se puede controlar cuándo sale el sol ni existe forma de “almacenar” la luz). Por ello, deben vender su energía en cada momento al precio que puedan, al precio que haya. Es eso o nada.

Aunque la energía eléctrica a tan gran escala no puede ser almacenada, sí se pueden almacenar otras formas de energía: la energía química contenida en el gas (centrales de ciclo combinado), la energía potencial de una gran masa de agua a una determinada altura (centrales hidroeléctricas) o la energía térmica almacenada en sales de nitrato (centrales termosolares). Por eso, todas estas tecnologías tienen mayor control sobre los precios, dado que pueden retener su energía hasta que los precios sean lo suficientemente altos como para maximizar su margen de beneficio.

Pero entonces, ¿qué está pasando?

En la búsqueda de formas para reavivar la explotación, la burguesía europea (entre otras) dio el salto desde hace años a la que sería su mayor campaña para la acumulación de capital desde la segunda guerra mundial: el Pacto Verde. Disfrazado de “responsabilidad medioambiental”, el plan se funda sobre la idea de que los trabajadores paguen una nueva reconversión tecnológica (que va desde el transporte a la energía en general). Este plan depende muy especialmente del gas natural como energía de transición. Así, el sistema de bonos de CO2 (permisos de emisión que pueden ser comprados y vendidos) se convirtió en el lugar perfecto para la especulación, lo que acabó por inflar artificialmente los precios de la producción de energía con gas. No obstante, con el tiempo hemos visto cómo las clases dominantes europeas han caído presas de su propio plan en un juego imperialista en el que lleva todas las de perder y que les hace tremendamente dependiente del exterior.

Con la guerra, el precio de los combustibles está subiendo de manera desorbitada, y eso incluye el gas que utilizan las centrales de ciclo combinado. Al subir sus costes, aumenta también el precio con el que salen al mercado de la luz, y como el gas genera gran parte de la electricidad total disponible y suele ser la que fija el precio final, esto bastaría para explicar por qué vemos aumentos del 300% en el precio de la luz… ¿O no?

De hecho, si miramos los datos, descubrimos una realidad ligeramente distinta. Si observamos el día más caro de la historia: el 8 de marzo de 2022, descubrimos que el gas solo fijó el precio en el 33% de las franjas horarias, mientras que la hidráulica lo hizo en el 46% de las ocasiones. Si además nos concentramos en las horas más caras del día, descubrimos que estas no están dominadas por el gas, sino por la hidroeléctrica.

¿Por qué sucede esto? En el primer gráfico veíamos que la energía más cara podía quedar sin venderse, o vender solo una parte. Por ello, cada tecnología tiene un incentivo para disminuir tanto el precio como pueda para entrar siempre en el paquete. Pero como ya hemos visto, la hidráulica no tiene ninguna prisa por vender, así que puede permitirse ofrecer unos precios altísimos, solo un poco por debajo de los del gas, para intentar ganarle la puja y vender toda su energía a precio de oro.

Esto no es otra cosa que una forma de especulación, dado que, en principio, las centrales hidroeléctricas deberían ofrecer un precio muchísimo más bajo, al no tener prácticamente costes variables (no tienen que comprar combustible, el agua es “gratis”).

Dado que el mercado eléctrico español es un oligopolio controlado por 4 empresas, las cuales poseen tanto centrales de gas como hidroeléctricas, y controlan tanto la producción como la comercialización de la energía, les sale mucho más rentable producir la mayor cantidad posible de energía hidroeléctrica, porque la pueden vender al mismo precio que el gas teniendo unos costes muchísimo menores, obteniendo así márgenes de beneficio brutalmente mayores.

Por supuesto esto tiene unas consecuencias medioambientales gravísimas porque implica vaciar los pantanos. El despropósito es aún mayor si consideramos las centrales de bombeo, que lo que hacen es bombear agua de un embalse a otro de mayor altura para después dejarla caer de nuevo y generar así electricidad. Esto, por supuesto, es deficitario en términos de energía: se gasta más de la que se produce, de no ser así estaríamos generando energía de la nada. Pero no es energía lo que se quiere generar, sino beneficios, así que se bombea hacia arriba cuando la energía está barata y se deja caer a las turbinas cuando la luz está más cara, generando un balance negativo de energía, pero positivo en términos de capital.

La infinita ineficiencia del capital

Esta y otras muchas son las muestras de la infinita ineficiencia del capitalismo a la hora de satisfacer las necesidades humanas. El objetivo del mismo no es dar salida a dichas necesidades, sino sacar la mayor cantidad posible de beneficio a costa de ellas aun si esto implica aumentar las ineficiencias del sistema en su conjunto.

Además, el “mercado” eléctrico español es un oligopolio descarado donde la producción y distribución de la energía se encuentra en manos de unas pocas empresas (tan solo 3 acaparan el 80% de la producción) con un sobrado poder de chantaje que ya hemos visto en acción. Desde las centrales nucleares (investigadas más de una vez) que frecuentemente paran la producción por “seguridad” al órdago del septiembre pasado cuando se amenazó con recortar ligeramente una parte de sus famosos beneficios caídos del cielo.

En realidad el sector eléctrico ha sido desde siempre un refugio para el capitalismo de Estado español en tiempos de crisis. Su bajo riesgo, su régimen monopolístico y sus grandes márgenes le han dado un papel central para la burguesía española. Por otro lado, en realidad tampoco bastaría simplemente con cambiar el formato del mercado para solucionar el problema pues el precio de equilibrio sería alto de todas formas. Por supuesto, tampoco la creación de una compañía eléctrica estatal solucionaría nada mucho más allá que eliminar estos beneficios caídos del cielo.

La producción misma, como ya hemos visto, está guiada por el principio de máximo beneficio. Por supuesto el oligopolio y todos sus excesos e ineficiencias son la gota que colma el vaso del sangrado que supone el Pacto Verde y la guerra para los trabajadores de todos los países pero solo poniendo al servicio de las necesidades humanas y no del capital será posible producir energía de forma eficiente, para todos y sin hacer saltar por los aires las condiciones de vida de las familias trabajadoras. Y eso solo está en la mano de nuestra clase, no de los aspirantes a dirigir el Estado por muy “justas” intenciones que digan tener.